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Grandes pequeñas cosas

El supercúmulo de virgo, empequeñecido ante Laniakea, la región del universo donde se encuentra este.

Allí, en ese supercúmulo, uno de los millones que se pueden encontrar en el universo observable, es donde se encuentra la galaxia llamada vía láctea.

Galaxia, en la que conviven miles de millones de estrellas, donde una de ellas es llamada Sol. Y en ese sistema solar de unos cuantos planetas, en miles de miles de miles de millones que existen, es ahí donde hay un planeta llamado tierra.

Un punto ínfimo, ante todo ese vacío inmenso llamado universo.

Lo gracioso de esto, es que ese planeta es donde viven siete mil millones de personas.

Además de otros tantos miles de miles de miles de millones de seres vivos de distintas especies y tamaños.

Todo ellos pequeños comparados a ese gigante universo, como es pequeña una mota de polvo, para los ojos de un ser humano, como una mariposa, y su aleteo respecto a un huracán.

Como es pequeño un instante, lo que dura un pestañeo, respecto a largo tiempo que tiene el mundo mismo existiendo.

Entre novecientas y mil doscientas veces por hora, pestañea una persona promedio.

Algo así como que en una vida de setenta años de largo, esta persona podría pestañear por lo menos unas setecientas treinta y cinco millones, ochocientas cuarenta mil veces.

Todo puede ser pequeño según a qué lo compares.

Pero, si bien uno podría medir la importancia de las pequeñas cosas por muchas razones, una pequeña cosa, como el aleteo de una mariposa, puede ser gigante, si ese aleteo, de esa mariposa, que miles de millones de

millones de variables distintas llevaron a volar hacia esa pequeña flor, necesitada de que algo se llevara sus esporas de polen, más pequeñas que una mota de polvo, hacia otra flor, para lograr la polinización, acción,

capaz de perpetuar la vida de la especie de esa mínima flor, más mínima aún, si se compara eso a Laniakea, o a la vía láctea, o al sol, o al planeta tierra, o a un humano.

Excepto, que ese humano, justo en ese microsegundo, haya decidido frenar su impulso instintivo de pestañear para no perderse en uno de sus setecientos treinta millones ochocientos cuarenta mil pestañeos el aleteo de esa

mariposa, y sea capaz entonces de observar esa mínima acción de la pequeña flor siendo polinizada por esa pequeña mariposa, y en ese pequeño aleteo,

en ese acto tan mínimo, tan ínfimo, tan nada, comparado a la explosión de un volcán, por ejemplo, reconozca la belleza inexorable de la vida, y esto le arranque una sonrisa, y esa, sea la única sonrisa en un largo día, azotado por la depresión y la rutina.

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